El coronavirus impulsa la nueva e-conomía
Si a las grandes multinacionales tecnológicas les hubieran preguntado hace unos meses cúal sería una situación ideal para sus intereses económicos, en su repuesta, la situación descrita no hubiera diferido mucho de la que «disfrutamos» con el Covid-19. Estas grandes empresas de la nueva economía (Amazón, Google, Netfflix, Apple, etc.) sueñan con un consumidor aislado, dependiente de servicios tecnológicos para su supervivencia, con un ocio enfocado en las posibilidades de la tecnología y cuyas relaciones sociales estén mediatizadas por ella. La tormenta perfecta para su modelo de sociedad se ha hecho realidad con la pandemia del coronavirus.
Los individuos aislados consumen más
Desde la segunda mitad del siglo XX los ideólogos capitalistas se dieron cuenta que dividir la sociedad en núcleos familiares más pequeños multiplicaba la capacidad de consumo de productos y servicios, y por tanto, el beneficio. Cada unidad familiar, independientemente del número de miembros, necesita una vivienda, un coche, un televisor, un lavavajillas, etc. Esto propició un cambio en sus intereses políticos y, aunque fingieran lo contrario, la aceptación de ciertos avances y causas sociales que favorecían la disgregación social, como el divorcio, la liberación de la mujer, la aceptación social de la homosexualidad…, contra las que habían combatido duramente, junto a las fuerzas tradicionalistas, durante la primera mitad del siglo. De esta manera, por una vez, ciertos grupos con reivindicaciones sociales progresistas, coincidían en sus intereses con la de los sectores más conservadores en lo económico. Además, con estas concesiones, se “compensaba” a estos grupos, por la pérdida de otros derechos de tipo laboral y social, usándolas como moneda de cambio en la negociación de un nuevo “contrato social”.
Tecnología y aislamiento social se retroalimentan
Hacia finales del siglo XX, con el objetivo de núcleos de consumo más pequeños y eficaces casi conseguido, nacen nuevos servicios y productos tecnológicos, alrededor de la recien nacida Internet, que se adaptan a estas nuevas situaciones sociales.
Hay además otro factor que favorece y multiplica esta evolución: el incremento de la movilidad geográfica, en un mundo de posibilidades laborales globalizado. Esta movilidad geográfica, que ya existía a gran escala en EE.UU, se extiende en otras zonas, como Europa. En el viejo continente la norma, hasta ese momento, era el desarrollo personal en ámbitos territoriales muy cercanos, con lazos familiares y sociales muy fuertes. Esta nueva movilidad rompe esos lazos previos, facilitando el nacimiento de nuevos núcleos, en entornos sociales desconocidos, que generan mayor aislamiento y el incremento del consumo por persona.
El desarrollo de Internet es la piedra angular en la que se basa esta nueva economía enfocada al individuo, con nichos de mercado muy pequeños y personalizados, en las que el consumo y la relación social se traslada desde la plaza pública a los entornos tecnológicos. A partir de ahora el individuo, aislado de su entorno social, en núcleos familiares reducidos al mínimo, es libre para consumir, desde cualquier lugar (que tenga wifi, por supuesto) y en cualquier momento, ya sea música, porno, juegos on-line, video bajo demanda o compras de cualquier tipo, en las plataformas web, abiertas las 24 horas del día, los 365 días del año.
Trabajo, ocio y consumo, todo a una
Si la norma a imponer es el teletrabajo, que parece que ha llegado para quedarse, se eliminan así también los lazos sociales en los entornos de producción. Pasaremos, por tanto, a utilizar las mismas herramientas para trabajar, divertirnos o realizar compras, con lo que los ámbitos temporales de trabajo y consumo tenderán a difuminarse.
En los primeros tiempos de la nueva economía, las empresas tradicionales intentaron prohibir el uso de Internet, por parte de sus empleados, para funciones que no fueran las propias de su trabajo. Pero ello se convirtiría en una tarea casi imposible. Ahora, con parte de la fuerza de trabajo realizando sus labores desde casa, ya no se controla, ni tampoco hay interés en controlar, la distribución del tiempo entre unas actividades y otras. En las empresas de la nueva economía se favorece, además, esta mezcolanza, siempre que se cumpla con los objetivos de productividad.
El nuevo capitalismo de vigilancia
Al nuevo capitalismo (lo que yo denomino nueva economía), se le empieza a llamar en el mundo anglosajón “Surveillance capitalism”, capitalismo de vigilancia. La razón de esta denominación reside en el hecho de que todas nuestras acciones económicas y sociales, al realizarse a través de medios electrónicos, son registradas y analizadas: desde nuestras comunicaciones personales, a las compras y pagos electrónicos. Esta vigilancia está enfocada al diseño de nuevas estrategias de marketing y, también, a la creación de nuevos productos y servicios.
Este control constante produce una cantidad inmensa de datos con los que negocian las grandes empresas, como un nuevo petróleo. Cada vez que realizamos una actividad de cualquier tipo, utilizando Internet, nuestros datos son recopilados, empaquetados y luego vendidos. Aunque utilicemos un servicio gratuito, estamos creando valor para la empresa que lo ofrece, con nuestros propios datos.
En este campo, es una fantasía creer que podemos preservar nuestra intimidad, por más leyes que se promulguen. Esta, por desgracia es una batalla perdida.
El policía que todos llevamos dentro
Este policía no es otro que nuestro dispositivo móvil (llamarlo solo teléfono sería minusvalorarlo). Un policía que recopila nuestra localización, nuestros contactos, nuestras compras…, y los envía, primero a las empresas tecnológicas y desde estas a las agencias de seguridad, como nos confirmó el señor Snowden. Gracias al móvil lo mismo podemos recibir una oferta del supermercado que un misil enviado desde un drón, dependiendo de nuestra pertenencia a una clasificación social u otra, previamente determinada.
Una de las prioridades de las élites ha sido siempre el control de la población para evitar cambios sociales que puedan provocar la pérdida de poder y privilegios. Una vez consolidados los estados, estos fueron los medios ideales para dicho control. El estado estaba legitimado para mantener el orden social y las élites, mediante el control del estado, se garantizaban que no hubiera cambios bruscos de estatus.
El uso o la amenaza de la violencia, con cierto grado de aceptación o consenso, desde el establecimiento de las democracias, había sido la forma habitual de mantener este control. Ahora, este control se puede ejercer, en su mayor parte, sin muestras de violencia, gracias a los dispositivos móviles, cámaras de vigilacia, sanciones económicas, etc. La tecnología ha ido sustituyendo, poco a poco, al ojo y la porra del policía y, además, lo pagamos gustosamente de nuestro propio bolsillo.
En este sentido, también la pandemia está ayudando a establecer controles más estrictos sobre nuestras vidas, incluyendo los registros sanitarios (control de temperaturas en espacios públicos, análisis de sangre, estudios de ADN, etc.), o la casi obligación de los pagos electrónicos sin contacto (con la escusa de no contaminarnos). Simplemente refuerzan una tendencia que ya se venía dando. Algunos países incluso, como Noruega, están eliminando el pago en metálico de las transacciones.
¿Utopía o distopía?
No podemos calificar todas las aportaciones de la tecnología como malas en sí mismas. El avance hacia una distopía o una útopía, dependerá, como siempre, del uso que hagamos de ellas.
Por ejemplo, la nueva economía está dominada por empresas “soft”, en contraste con las empresas “hard” de la “vieja” economía. Esto influye también en sus formas de organización y en el mundo que consideran más apropiado para sus intereses. Hemos comentado al principio que a esta nueva economía les interesan núcleos de consumo, pequeños y aislados, pero también permanente conectados a la tecnología. Por eso vemos esfuerzos, e interés, desde estas empresas por extender el uso de Internet a todos los lugares del mundo y, en plano de igualdad. Desde Google a la fundación Gates, hay múltiples proyectos de desarrollo de la red, para que el acceso sea universal y gratuito. De hecho se ha propuesto oficialmente que el acceso a Internet sea un nuevo derecho humano universal. Una idea que ya defendió en su día el creador de la web Sir Tim Berners-Lee.
Así mismo se han desarrollado equipos de bajo costo que han permitido la extensión de la red en los lugares más pobres del mundo, por ejemplo África, donde los pagos por móvil empiezan a ser la tendencia dominante. Por eso, para estas empresas dotar de acceso a la red y a dispositivos de comunicación asequibles es una de sus prioridades. Una vez establecido el acceso, la población puede utilizarlo, además de para el consumo, en campos como la educación o la sanidad.
La materia prima de las nuevas empresas es la innovación y el talento tecnológico, y éste, para desarrollarse, necesita de un avance en educación a nivel global. Esto está creando una verdadera revolución a través de iniciativas de tele-educación, a las que puede acceder cualquier persona con conexión a la red.
Una de las prioridades de esta nueva economía y sociedad, conectada y vigilada, es la de un alcance universal. Por ello las nuevas multinacionales no ven con malos ojos que se establezcan programas de ingresos básicos para toda la población, ya que ello redundaría en una mayor difusión de sus productos y servicios. Es decir, una sociedad más igualitaria favorece sus intereses económicos. Sus ganancias son tan desorbitadas que no les preocupa demasiado que esto implique un aumento de los impuestos (como ha propuesto gente tan poco socialista como Bill Gates o Warren Buffet). De hecho, este incremento de impuestos se producirá, simplemente, cuando se eliminen los privilegios impositivos que están utilizando esas empresas y que se irán reduciendo con el tiempo.
Otra de las características de estas nuevas élites es su desvinculación de sectores tradicionalistas o religiosos y su actuación neutral en relación a diferencias de clase, raza, religión, orientación sexual, etc. Estas diferencias y los distintos grupos que se generan a partir de ellas, son analizados como nichos de mercado, con sus características y posibilidades particulares.
Por esto último no nos puede extrañar que la mayor parte de la nueva disidencia política provenga no de la izquierda, sino de grupos tradicionalistas, religiosos y/o de extrema derecha.
Conclusión
Al final las tendencias de cambio se suelen imponer aunque no sin antes mantener una ardua pelea contra las fuerzas del viejo sistema a sustituir. El coronavirus, en este sentido, no ha hecho más que dar un pequeño empujoncito a las tendencias de cambio pre-existentes.
Ya en 1970, en el mítico libro “El Shock del futuro”, su autor Alvin Toffler, hablaba de cosas como el teletrabajo, la telemedicina o la importancia de la formación continua:
“Un analfabeto será aquel que no sepa dónde ir a buscar la información que requiere en un momento dado para resolver una problemática concreta. La persona formada no lo será a base de conocimientos inamovibles que posea en su mente, sino en función de sus capacidades para conocer lo que precise en cada momento». (A. Toffler)